Fallece Vangelis, el genio que nos hizo escuchar la tecnología y el espacio
Calificar a Vangelis como genio no es una opinión, es un hecho incontestable. Y quizá sea necesario, una vez más, hacer la distinción entre lo que nos gusta y lo que no, con respecto a lo que merece el calificativo de bueno, normal, mediocre o malo. Vangelis puede gustar o no gustar, y eso es lo más normal del mundo, pero basta con escuchar algunas de sus composiciones más relevantes, como la insuperable banda sonora de Blade Runner, para dejar poco margen a la discusión sobre su indiscutible talento.
Un talento que, desgraciadamente, se ha apagado. Y es que, como podemos leer en medios, redes sociales, etcétera, Vangelis, de 79 años, falleció el pasado martes, en Francia, (aunque la noticia se ha hecho pública hoy) a consecuencia de complicaciones derivadas de la COVID-19. Otro nombre más que se suma a la lista, monstruosa, de vidas segadas por el maldito coronavirus, solo unos meses después de la publicación de su último disco, Juno to Jupiter, el pasado septiembre.
¿Y por qué hablar de Vangelis en un medio tecnológico como MuyComputer? Para explicarlo tenemos que meternos en la máquina del tiempo para viajar hasta la década de los setenta del siglo pasado, que cada día suena como algo más lejano. Un periodo de fascinante efervescencia en lo que nos concierne, la tecnología electrónica y la informática. Tiempos en los que unos jóvenes apellidados Wozniak, Gates, Jobs, Dell, Grove, Ellison etc., empezaron a edificar sobre los cimientos establecidos en Mountain View por los que fueron conocidos como «Los ocho traidores», Blank, Grinich, Kleiner, Last, Moore, Noyce, Roberts y Hoerni. La revolución había comenzado.
De manera más o menos paralela, la electrónica también empezó a ganar más peso en el terreno musical. Desde el precursor Telharmonium hasta el tremendamente popular Theremin (siempre he querido tener uno), primero la electricidad y luego la electrónica fueron introduciéndose en la composición musical, primero como experimentación, y al tiempo con propuestas más comerciales o, al menos, algo más asequible al oído que muchas de las creaciones de las décadas de los cuarenta y los cincuenta.
En la década de los sesenta empiezan a aparecer artistas y bandas que integran los sonidos e instrumentos electrónicos en composiciones dirigidas, con mayor o menor éxito, al gran público. Quizá la más relevante de ellas es Kraftwerk, creadores de algunos temas muy reconocidos en su momento y muy recordados en la actualidad, como The Robots, Autobahn, The Man Machine o Tour de France. Kraftwerk no solo hicieron (y siguen haciendo, pues la banda aún está en activo) un uso intensivo de la electrónica, también mostraron su fascinación por la tecnología en muchas de sus composiciones.
Los ocho traidores sentaron las bases de la revolución tecnológica de los sententa, y al tiempo los músicos más o menos experimentales de los cuarenta, cincuenta y sesenta establecieron los cimientos para una generación de músicos, entre los que encontramos a Vangelis, a Brian Eno, a Jean Michelle Jarre, a Giorgio Moroder, a Mike Oldfield y otros tantos, que de algún modo replicaron, en el mundo musical, la revolución de la informática y la tecnología que tanto iba a cambiar nuestras vidas en las décadas posteriores.
Vangelis y la banda sonora de la informática
Afirmar que Vangelis fue el principal autor de la banda sonora de la eclosión de la informática sería excesivo, pero es indudable que el sonido de muchas de sus composiciones, en las que la presencia de la electrónica era clave, contribuyó de manera decisiva, por la vía auditiva, a la normalización de la presencia de la electrónica en nuestras vidas. Esta es una característica de su estilo musical que empieza a consolidarse en su carrera a mediados de los setenta, y por la que recogerá múltiples y muy dulces frutos a principios de los ochenta.
Cronológicamente podemos poner el primer gran hito en 1980, cuando algunas de sus composiciones son empleadas en la serie documental Cosmos, de Carl Sagan. Esta colaboración marcará el inicio de las composiciones de Vangelis relacionadas con el espacio y su exploración, con momentos tan simbólicamente destacables como el encargo, por parte de la NASA, de una composición para la misión Mars Oddysey de 2001. Vangelis fue más allá al componer un disco completo, Mythodea, dedicado a la misión para cartografiar la superficie del planeta rojo.
El siguiente hito de Vangelis fue componer una banda sonora que millones de personas nacidas entre los años cuarenta y los setenta tenemos grabada a fuego en nuestra memoria. Me refiero, claro, a la obra que le llevó a ganar su primer Oscar, la banda sonora de Carros de Fuego, en 1982. Si la participación en la banda sonora de Cosmos dio a Vangelis un enorme prestigio, la de Carros de Fuego lo convirtió en uno de los artistas más reconocibles (por su estilo) y reconocidos de su generación.
Y el tercer hito, probablemente por el que es más recordado, pese a que en su momento no parecía que fuera a ser así, fue por otra banda sonora. Corría el año 1984 y un audaz director filmó una distopia futurista que tuvo una acogida bastante regular, con críticas bastante negativas y números bastante pobres en taquilla. Seguro que ya lo has imaginado, el director no era otro que Ridley Scott, y la película, posteriormente elevada al umbral del cine de culto, era Blade Runner.
Casualmente, o quizá no tanto, coincidieron ese mismo año, 1984, el estreno de Blade Runner y la emisión, en la Superbowl, del anuncio de Apple que lo cambio todo, y que había sido filmado también por Ridley Scott, coincidiendo en el tiempo con su colaboración con Vangelis.
Todo esto ocurría, musicalmente, cuando palabras como ordenador, sistema operativo, cliente-servidor, código máquina, bits y bytes, BASIC, direcciones de memoria y un largo etcétera empezaban a colarse en nuestras vidas ya fuera de niños o adolescentes, cuya esponjosidad cerebral hizo que se empaparan de los mismos para convertirlos en algo básico en sus vidas, o jóvenes y adultos que vieron el enorme potencial de lo que estaba ocurriendo y se sumaron, sin dudarlo, a esa revolución.
En 1975, mi año de nacimiento, por si tenías curiosidad, Vangelis empieza a consolidar su estilo musical apoyado en la electrónica, se funda Microsoft (Apple lo hará un año más tarde) y el fascinante Isao Tomita (otro enamorado del espacio y su exploración) publicó Snowflakes are Dancing, un álbum con versiones de composiciones de Debussy pasadas por una buena pila de instrumentos electrónicos (un experimento que recrearía décaas después William Orbit con su hipnótico Pieces in a modern style). Puede parecer una mera coincidencia, pero en mi opinión es causalidad pura y dura.
La década de los setenta trajo de la que, posiblemente, haya sido la última gran corriente contracultural de la historia, en la que tecnología y cultura se dieron la mano, en una unión sobre la que Steve Jobs no dudó en enfatizar durante décadas, y en la que artistas como Vangelis, que tomaron géneros musicales precedentes como el rock sinfónico (en el que el propio músico escribió sus inicios), trazaron un camino primero confluyente y posteriormente paralelo que ha perdurado hasta nuestros días.
La música de Vangelis, de Tomita, de Jarre, de Moroder, etcétera, se inspiró en esa revolución tecnológica, pero a su vez la alimentó al sumarle una banda sonora de excepción. A día de hoy, el legado de la acción y de su reacción sigue estando muy presente por su evolución. La informática, en aquellos años, nos hizo percibir un futuro sorprendente. La música de compositores como Vangelis, nos ayudó, a muchos, a proyectar ese futuro con los ojos cerrados. Y por si fuera poco, además nos llevó al espacio, justo cuando las sondas Voyager 1 y Voyager 2 iniciaban el que, hasta ahora, es el viaje más remoto del ser humano.
Por eso, en mi opinión, el fallecimiento de Vangelis es tan relevante y merece ser recogido por un medio dedicado a la tecnología como MuyComputer. Porque, junto con otros genios de su generación, representaron y sonorizaron musicalmente un movimiento que lo cambió todo.