Europa podría decir que no al reconocimiento facial
Hace solo unas pocas décadas, el reconocimiento facial automático era un elemento que veíamos de vez en cuando en las películas de espías, los thrillers más palomiteros y, solo en unos pocos casos, algunos textos que preconizaban un futuro en el que la privacidad y las libertades civiles se podrían ver seriamente comprometidas por el uso de sistemas de control. Que dichos textos fueran más o menos acertados, queda ahora en el tejado de los gobiernos y los organismos reguladores.
«Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad», firmaron Tomás Bretón y Ricardo de la Vega en La Verbena de la Paloma, la icónica zarzuela estrenada hace nada menos que 127 años. Cambiamos ciencia por tecnología y nos queda una descripción bastante adecuada de lo que vivimos en estos tiempos, en los que la inteligencia artificial da pasos de gigante y cada poco tiempo supera al ser humano en la ejecución de nuevas tareas y funciones, entre las que se encuentra el reconocimiento facial.
El reconocimiento facial automático ya está, a día de hoy, bastante presente en nuestras vidas. Lo encontramos, por ejemplo, al hacer una foto con nuestro teléfono, y comprobar cómo éste intenta identificar a las personas que aparecen en dicha instantánea, con el fin de indexarla y permitir que podamos acceder rápidamente a todas las fotos que tenemos en las que aparece esa persona. Y lo mismo ocurre con redes sociales como Facebook, que también lleva años trabajando en el desarrollo de sistemas de IA entrenados para reconocer los rostros de las personas.
Un trabajo en el que, curiosamente, de manera inconsciente hemos contribuido muchísimos de sus usuarios, cuando desde hace años etiquetamos a personas en las fotos que subimos a la red social. Un elemento fundamental para entrenar a muchos sistemas de inteligencia artificial es un dataset (un conjunto de datos correctamente formateados y que sirven de base, como ejemplo, para el algoritmo) fiable y de gran tamaño. La base del sistema de reconocimiento facial de Facebook la aportaron, muchos sin saberlo, sus propios usuarios.
Hace unos meses, y seguimos con la red social, te hablamos de sus planes para lanzar al mercado unas gafas de realidad aumentada que, entre otras funciones, contarían con la de reconocimiento facial. No creo necesario volver a explicar las razones por las que imaginar calles llenas de personas con gafas capaces de identificarme y geolocalizarme constantemente me parece una idea demencial. Y no, no tengo nada que ocultar, no frecuento espacios ilegales ni cometo ilícitos ni en la calle ni en mi casa, pero aún así, no quiero que Facebook (ni cualquier otra compañía) pueda saber dónde estoy en contra de mi voluntad.
Afortunadamente, y según podemos leer en Venture Beat, el Supervisor Europeo de Protección de Datos (SEPD) se ha pronunciado al respecto, afirmando que el reconocimiento facial debería prohibirse en Europa debido a su «intrusión profunda y no democrática«. Y no es una postura nueva, anteriormente ya se pronunció al respecto, lamentando que las autoridades europeas no hubieran atendido sus peticiones en este sentido el año pasado.
«Es necesario un enfoque más estricto dado que la identificación biométrica remota, donde la IA puede contribuir a desarrollos sin precedentes, presenta riesgos extremadamente altos de intrusión profunda y no democrática en la vida privada de las personas«, dijo el regulador en un comunicado sobre su postura con respecto al reconocimiento facial. «El SEPD se centrará en particular en establecer límites precisos para aquellas herramientas y sistemas que puedan presentar riesgos para los derechos fundamentales a la protección de datos y la privacidad«.
Queda por ver, claro, si la Comisión Europea tendrá en cuenta este informe o, para ser más exactos, en qué grado lo hará. Porque es cierto que no es lo mismo un sistema de reconocimiento facial en sistemas de control de acceso y con un estricto control sobre los datos que éstos puedan generar, que poblar las calles con cámaras conectadas a sistemas de IA capaces de reconocernos y de geoposicionarnos sin nuestro consentimiento. Lo primero tiene sentido, lo segundo es una aberración profundamente antidemocrática.